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Milagro en la calle Santos María Dolores: una historia de empoderamiento de la mujer

Esta es la historia de cuatro mujeres de un cantón de Opico que empiezan a transformar su comunidad. Ellas y 82 personas más fueron parte del programa FÍA que desarrolló Cristosal en esta comunidad y en Santa Catarina, San Vicente; Gotera, Morazán, y en Zacatecoluca, La Paz. 

Una mañana de octubre de 2021, Ana Dolores Vides, Santos Rodríguez, María Dolores Rodríguez y María del Carmen Flores se encontraban reunidas en la iglesia San Diego, a pocos metros de sus casas, ubicadas en el cantón Barranca Honda, de San Juan Opico. Una llamada cayó al teléfono de Santos sin imaginarse que eso les cambiaría la vida a las cuatro amigas. 

“Ganamos, ganamos”, gritó Santos en plena iglesia, mientras sus amigas buscaban calmarla. Los demás asistentes estaban intrigados. “Ganamos un proyecto de la comunidad, la calle al río”, les contestó Santos. Una suerte de milagro se estaba fraguando en aquella iglesia, donde las cuatro amigas brincaron y gritaron celebrando su logro. No era cosa sencilla. Esas cuatro mujeres concursaron para ganar el financiamiento de un proyecto en su comunidad por $9,000, sorteando todos los obstáculos, incluso la barrera tecnológica, incluso que dos de ellas no supieran leer ni escribir, incluso el bloqueo de algunos pobladores del lugar, incluso sus propios miedos. No lo podían creer. 

Todo empezó unos meses atrás. Corría febrero cuando a las cuatro mujeres las invitaron a participar en un proyecto de formación de Cristosal, con el financiamiento de Fundación Interamericana (FÍA). Era un proyecto de capacitación para lideres y lideresas con un enfoque basado en derechos humanos, soluciones duraderas, desplazamiento forzado, migración irregular, participación ciudadana e incidencia política.

“A mí me encanta capacitarme, siempre me meto en todo lo que pueda aprender. Nunca me imaginé que ganaríamos una obra para nuestra comunidad”, comenta María Dolores. 

Para estas cuatro mujeres, tener 150 metros pavimentados en su caserío ha sido un sueño hecho realidad, un milagro que nunca imaginaron que tendrían. 

Luego de finalizar las capacitaciones con el proyecto, inició la etapa más interesante y retadora para ellas: elaborar el perfil de lo que querían hacer. “Hicimos el mapa de riesgo de las comunidades y veían a las mujeres haciendo el mapa y nos decían ‘estas mujeres están locas’, pero a nosotros no nos importó”, relata María del Carmen.

Ese “callejón al río”, como era conocido el lugar, era una vieja vereda empedrada que conectaba la comunidad con el río de la zona, una especie de calle que en invierno recibía el agua lluvia de todo el cantón. “Eran lodazales, piedras enormes, el agua entraba a tumbos a las casas y la gente aquí se caía y hay muchos niños, no podían ni caminar, había que sacarlos chineados y hasta una niña con silla de ruedas que no podía ni salir”, cuenta María Dolores.

Las críticas no se hicieron esperar, nadie podía entender por qué esas cuatro mujeres habían decidido arreglar una calle que no pasaba frente a sus casas, que no las beneficiaba directamente y que no era la principal del cantón. “La verdad es que aquí hay muchos ancianos, niños y hasta una persona con discapacidad. Esto nos afecta a todos porque es el camino al río”, explica Ana Dolores.

Un camino empedrado

El reto mayor fue que, a pesar de tener las mejores ideas, estaban compitiendo con otras cinco comunidades de Opico, pero debían presentar todo el perfil del proyecto vía correo electrónico y en formato digital. Cuatro mujeres que nunca habían tocado una computadora, dos de las cuales no tuvieron la oportunidad de alfabetizarse, nunca se detuvieron. 

“Yo no puedo leer ni escribir, ellas eran las que escribían. Yo solo me acordaba y les decía a ellas. Media vez uno quiera se puede, yo no fallé a pesar de que yo no puedo leer ni escribir”, cuenta Ana Dolores. Las cuatro mujeres no se iban a rendir tan fácil. Una vez tuvieron el borrador del proyecto viajaron al casco urbano de Opico a tocar puertas en los cybercafés de la zona. “Más de alguno nos podrá ayudar”, pensaron. 

“En ninguno nos quisieron ayudar. ‘Es trabajo de más de una hora’, nos decían. Yo ya lo andaba hecho a mano, lo que queríamos era que lo transcribieran y lo pasaran”, relata María del Carmen. Fue entonces que un viejo amigo, un conocido, apareció en el momento preciso y les ayudó. Desde su oficina y con su correo electrónico, lograron mandar el proyecto. Él, por asares del destino, fue el primero en recibir el correo anunciando el gane. Ellas lo recibieron como una bendición. 

Lo más difícil estaba por llegar. Había que ejecutar la obra. Los $9,000 eran exclusivamente para materiales, nada para mano de obra. Aquellas cuatro mujeres se arremangaron y se volcaron a la construcción. A punta de piocha y pala, comenzaron a abrir aquella zanja maltrecha y a convertirla en la calle soñada. El sol les achicharraba la frente mientras las mujeres cargaban piedras, arena y cemento. No siempre estaban los hombres para colaborarles, pero eso tampoco las iba a detener. 

Lograron tener un par de albañiles 28 días gracias a la gestión con la alcaldía municipal de Opico, pero eso apenas fue la tercera parte del tiempo que les tomaron esos 150 metros, donde dejaron sangre, sudor y lágrimas. “Aquí dejamos los brazos”, bromeó María Dolores. 

“A veces no venían los albañiles y es cierto no había hombres, pero estábamos las mujeres, vamos a luchar. Las mujeres ahí estábamos, nunca nos rendíamos y ahora ahí está el fruto”, contó Ana Dolores. 

El pasado 4 de marzo, las cuatro mujeres ofrecieron un acto de agradecimiento, una inauguración, una celebración a su esfuerzo reflejado en esta obra que beneficia a más de 25 familias y que ha traído nueva esperanza a la comunidad. “Hoy hasta los niños pueden jugar fútbol en la calle”, comentó una de las beneficiarias mientras se arremolinaban un grupo de niños y niñas en el lugar. 

“Nunca se había trabajado en la comunidad en equipo, uno agarra experiencia y dan ganas de ayudar a los demás. Uno con amor hace las cosas y si uno trabaja por amor con la comunidad todo es posible”, confesó María Dolores. 

A la calle aún le faltan unos metros para llegar hasta la última vivienda del caserío, todavía hay un reto grande, por eso para estas mujeres la misión no está terminada, aunque esta calle fue el milagro de las dos Dolores, las dos Marías y una Santos. 

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