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De la primavera al ocaso de la democracia en Centroamérica: ¿Hay todavía esperanza?

A finales de los ochenta, Centroamérica, especialmente Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua, estaba agotada de guerras civiles y emprendió una ola de iniciativas de diálogo con una finalidad: la paz. Así, a principios de los años 90 se alcanzó la paz y se experimentaron nuevas libertades y perspectivas de desarrollo. La región apostó por la democracia. Fue una primavera, un tiempo de esperanza.

Hoy, observamos con decepción gobiernos con perfiles autoritarios en estos países, una corrupción que parece haber permeado esferas públicas y privadas, instituciones democráticas cooptadas, una independencia judicial cada vez más comprometida, militarización de la seguridad pública con sus consecuentes atropellos a la dignidad de las personas, inseguridad jurídica y falta del debido proceso, persecución al periodismo de investigación e independiente, rechazo a cualquier tipo de crítica y/u oposición política, y más grave aún, constituciones irrespetadas tanto en la forma como en el fondo, que es donde están contenidas las más altas aspiraciones de las sociedades que anhelamos desde un principio.

¿En esto terminó la democracia que germinó hace 30 años? ¿Quién o quiénes fallaron? Si miramos a las grandes democracias del mundo, es claro que no es la democracia en sí la que ha fallado. En la región, nunca hemos gozado de los frutos de una verdadera democracia.

¿Ha sido culpa de los políticos? Sí, esto es más evidente. El registro de promesas incumplidas y decepciones período tras período, tanto a nivel local como en el legislativo y el Ejecutivo, lo confirman.

El error resulta claro: hemos confundido el actuar de los políticos tradicionales con el desempeño de un auténtico sistema democrático.
A lo largo de la historia de la democracia en los países del norte de Centroamérica y en Nicaragua, la ciudadanía ha creído que su participación se reduce a votar en las elecciones y, segundo, ha valorado su intención de voto en función de las promesas de campaña y no en propuestas de gobierno.

Peor aún, lo ha hecho en función de la voluntad de los candidatos como única garantía de un buen gobierno. El ciclo de elegir y castigar con el voto ha marcado el sueño frustrado de la democracia en nuestros países.
“En arca abierta, el justo peca”: esto es lo que hemos constatado a lo largo de más de 30 años de historia democrática en Centroamérica.

El ciclo de prueba y error no funcionó, todos los candidatos y luego gobernantes decepcionaron. Y es que, precisamente, el éxito de la democracia no descansa en la buena voluntad de sus gobernantes, sino en la vigilancia del ejercicio de su poder.

Si el gobernante no es fiscalizado queda a merced tanto de su propia avaricia (natural en el ser humano), como de los intereses que le rodean. Sin vigilancia, el gobernante tiene a su disposición todo para incrementar su poder y quedar impune en sus actos.

El papel de la ciudadanía cobra relevancia en este sentido cuando deja de limitarse a votar y asume una posición crítica ante el proceder cotidiano de los gobernantes, apoyándose en el periodismo de investigación y en los medios de comunicación independientes, organizándose y aprovechando los mecanismos de participación que la democracia ofrece para poner en evidencia cualquier práctica corrupta y exigir rendición de cuentas, independientemente de simpatías ideológicas o políticas.

Este es el poder del pueblo, el verdadero contrapeso al poder de los políticos.

En este ocaso de la democracia en Centroamérica, solo este poder del pueblo podrá re injertar a esta planta moribunda, hacerle reverdecer de nuevo y florecer, para obtener abundantes frutos de bienestar y justicia. Es posible, en democracia.

Publicado en: https://www.elsalvador.com/opinion/editoriales/democracia-acuerdos-de-paz/881427/2021/ 

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